GERARD ORTÍN




La pregunta: ¿Cómo, desde tu experiencia y perspectiva, las prácticas artísticas construyen esfera pública?

En esta pregunta, lo complicado es decir si las prácticas artísticas generan o no esfera pública. Como me parece un poco aventurado responder directamente intentaré hacer una deriva.

Las prácticas artísticas han ido renegociando su definición. En el siglo XX se aprecia con las vanguardias, en las que cada movimiento intenta cambiar totalmente lo que ha hecho el anterior. En algún momento estas alcanzan un estado de indefinición, que a su vez les otorga un potencial; esta indefinición genera un espacio de posibilidad. Los activistas, por ejemplo, lo han utilizado en el marco legal. Pero habrá muchos otros colectivos que hayan generado esfera pública de un modo parecido. Su singularidad proporciona, así, un espacio desde el que se puede crear esfera pública.

Es difícil valorar cuán real es esta esfera pública. A veces se percibe de un modo casi involuntario, casi accidentado. En mi práctica lo he intuido cuando he empezado a hacer performance, en el momento en que abandono un espacio controlado y regulado como la sala de exposiciones y me propongo, como en Trabeska, hacer una performance en un parque natural con sus propias dinámicas y su propia lógica. Para mí, hay un antes y un después en como concibo los mecanismos de recepción de la propuesta que he diseñado y como involucro a los participantes. Puedo tener en cuenta qué es lo que quiero comunicar, el tiempo de duración o la manera en que quiero que la gente lo perciba, pero si llueve o si aparece una manada de jabalíes, esto afecta de igual manera a la pieza a pesar de que yo no he tomado decisiones al respecto y no hay unas normas que lo puedan prever. Así es como concibo esta supuesta idea de esfera pública, incorporando la contingencia como algo productivo.

A un nivel más general, en las instituciones por ejemplo, también se percibe esta dicotomía entre el discurso que se intenta transmitir o el público al que se intenta llegar, y lo que sucede, el uso real que se da a ese espacio. Hay mucha gente que acude al centro de arte por otros motivos: porque hay Wi-fi gratis o porque llueve mucho en la ciudad y buscan un espacio donde resguardarse. La institución se convierte, así, en un lugar de ocio para adolescentes donde pueden pasarse toda la tarde enviándose mensajes por el móvil, escuchando música y viendo vídeos. Es difícil decir si esto genera esfera pública o no.

De cualquier forma, yo nunca he pensado mi práctica desde la intención de generar esfera pública. Resulta incluso complicado entender el concepto de ‘esfera pública’, qué significa o qué alcance tiene. Por ejemplo, este espacio donde nos encontramos, en el que estamos tratando de construir nuestros talleres varios artistas, no podría haber tenido tal uso hace unos años porque era un depósito de vino y aceite y estaba lleno de líquido. Poco antes de que entrásemos nosotros era un almacén de sanitarios. Ahora, nosotros llegamos aquí y tenemos la intención de establecer nuestros talleres y posiblemente hacer, también, un programa de actividades públicas para el barrio o para un sector determinado. Sí que tenemos una voluntad de generar algo o de tener un alcance desde este espacio, pero también pongo en duda que anteriormente no haya tenido alguna repercusión en la esfera pública, aunque no fuese desde las prácticas artísticas. De cualquier modo, sí que creo que las prácticas artísticas tienen esta condición excepcional por su constante redefinición y, sin embargo, también intuyo que en muchos otros ámbitos se dan otras condiciones de excepcionalidad que también permiten o contribuyen a generar esfera pública de otras maneras.